Hasta los 17 años aproximadamente si mal no recuerdo tuve una casa fija que fue la de mis abuelos. A partir de ahí hemos andado en diferentes lugares de esta metrópoli. Para ese tiempo todavía estaba en el colegio y como muchos otros tenía que viajar en transporte colectivo, o sea bus. El trayecto del viaje siempre fue largo dado que mi colegio no se encuentra cerca, creo que nunca duro menos de 45 minutos. En ese entonces estaban de moda lo que eran las peleas entre colegios en el centro (los tira piedras), que fue como el inicio de lo que ahora son las tan mencionadas maras. Estas peleas callejeras eran mi mayor temor, pues aprendí a buscar como esconderme en ciertos lugares para poder pasar a salvo la batalla que casi siempre era campal. A lo que si le tenía pavor era a que me asaltaran.
Recuerdo que una vez por poco y paso por esa experiencia, eso sí el susto no me lo pude quitar. Viajaba en un bus de la 30 (para ese entonces vivía en la Zacamil) y se subieron si no mal recuerdo cinco jóvenes entre mujeres y hombres de los cuales dos cubrían las salidas y los otros se deponían a quitar los objetos de valor a los pasajeros. Yo sin saber que hacer quise bajarme del bus pero otra chera que estaba por la puerta trasera me sentó con una orden que nadie podía hacer más. Esos eran los principios de las maras.
Hay un lugar que en todos estos años de éxodo que no he dejado de visitar nunca, y es la casa de mis abuelos que había sido mi hogar desde que nací y aun lo considero como tal. Esta colonia no fue la excepción de las maras. En esa colonia dominaba una y en la contiguo se encontraba una mara rival, entre ellos poco a poco se fueron matando unos a otros.
Cuando ya había sucedido seguía con las visitas a la casa de mis abuelos (aparte estudiaba ya en la universidad y vivía más cerca), siendo una vez en el caminar de la parada a la casa de ellos, una chera se me acerco y me pidió una cora. Como a cualquiera me asusto; no le di nada. Esa fue la primera vez que la vi. No es una historia de amor, pero sí está el amor dentro de la historia, o por lo menos no lo puedo negar.
Su nombre Ana (al menos ese he escogido) no pasa del metro cincuenta de estatura, su cabello ondulado café oscuro, no muy arreglada, con una sonrisa en la cara (no tan fea), tenía su gracia, le calcule en ese entonces unos 19 a 20 años. No se dé donde apareció, ni como llego a esta colonia, o si es de alguna otra que linda con esta, pero bueno apareció, desde ese momento era usual encontrármela en ese trayecto de la parada del bus a la casa de mis abuelos. Su frase era: “Muchacho, ¿Tiene una cora?”
Con el paso de tiempo era evidente como su salud iba decayendo poco a poco, todo ello a causa de la droga, pues muchas veces llego a pedirme dinero con todos los efectos a flor de piel. Como es de pensar, alguien que pide dinero no está socialmente ni económicamente bien, es mas debe de hubo una causa que la llevo a esa situación. Después de cierto tiempo desapareció de la colonia, pensé que había muerto, por el tipo de vida que podía haber llevado pues hacía varios meses. La vida de un ser humano no da igual, pero como se pueden imaginar si los peligros están a flor de piel para cualquiera, más aun para una mujer indefensa que su casa es la calle.
Casi todo el 2007 estuve viviendo fuera del país, al regresar me volví a encontrar a Ana. Fue una sorpresa. Sin más ni más no fui yo quien inicio una plática (ni quería la verdad, pero eso si me alegraba que no estuviera muerta o que por lo menos viviera aun) sino ella: “Muchacho, ¿Tiene una cora?”
Su aspecto era radicalmente otro. Su estatura se podría decir que la mantiene, ha perdido unos cuantos dientes que han sido reemplazados –no todos- por unas coronas, su cabello ahora tiene ya no es de una mujer, lo usa corto y si se ve de espalda cualquiera pensaría que es un muchacho, estaba delgada quizá sufre algún tipo de desnutrición y muy pocas veces la he visto en sus cinco sentidos.
De un tiempo para acá se acompaño, ¿Quién diría verdad? Un bolito que igual que ella, a saber de donde apareció. Son tantos los factores que se pueden decir de esta “unión”, sobre el porqué están juntos (en la calle), quizá porque es más llevadera esa situación con alguien que “la cuide”, pero el desgraciado (como una señora lo llamo una vez) la manda a pedir dinero mientras él sentado debajo de un palito disfruta del alcohol acumulado en su sangre. Una de esas veces que me los he encontrado, estaban en pleno beso… quizá al ver eso uno no se puede extrañar cuando son parejas (aun mayores) que a plena luz del día han decidido aumentar sus feromonas. Pero al ver a dos bolitos, no es cómico, pero se puede decir que es especial. No creo que sea amor, pero vaya usted a saber, si pudiera leer el corazón les diría si esa es la causa de que ellos dos anden juntos en las calles…
Ya hace varias semanas que no los he visto. La última vez que vi a Ana una pequeña pancita se le comenzaba a ver entre los pedazos de ropa que porta, eso sí con la mirada perdida como si no estuviera consciente de lo que sucede a su derredor.
Hay un lugar que en todos estos años de éxodo que no he dejado de visitar nunca, y es la casa de mis abuelos que había sido mi hogar desde que nací y aun lo considero como tal. Esta colonia no fue la excepción de las maras. En esa colonia dominaba una y en la contiguo se encontraba una mara rival, entre ellos poco a poco se fueron matando unos a otros.
Cuando ya había sucedido seguía con las visitas a la casa de mis abuelos (aparte estudiaba ya en la universidad y vivía más cerca), siendo una vez en el caminar de la parada a la casa de ellos, una chera se me acerco y me pidió una cora. Como a cualquiera me asusto; no le di nada. Esa fue la primera vez que la vi. No es una historia de amor, pero sí está el amor dentro de la historia, o por lo menos no lo puedo negar.
Su nombre Ana (al menos ese he escogido) no pasa del metro cincuenta de estatura, su cabello ondulado café oscuro, no muy arreglada, con una sonrisa en la cara (no tan fea), tenía su gracia, le calcule en ese entonces unos 19 a 20 años. No se dé donde apareció, ni como llego a esta colonia, o si es de alguna otra que linda con esta, pero bueno apareció, desde ese momento era usual encontrármela en ese trayecto de la parada del bus a la casa de mis abuelos. Su frase era: “Muchacho, ¿Tiene una cora?”
Con el paso de tiempo era evidente como su salud iba decayendo poco a poco, todo ello a causa de la droga, pues muchas veces llego a pedirme dinero con todos los efectos a flor de piel. Como es de pensar, alguien que pide dinero no está socialmente ni económicamente bien, es mas debe de hubo una causa que la llevo a esa situación. Después de cierto tiempo desapareció de la colonia, pensé que había muerto, por el tipo de vida que podía haber llevado pues hacía varios meses. La vida de un ser humano no da igual, pero como se pueden imaginar si los peligros están a flor de piel para cualquiera, más aun para una mujer indefensa que su casa es la calle.
Casi todo el 2007 estuve viviendo fuera del país, al regresar me volví a encontrar a Ana. Fue una sorpresa. Sin más ni más no fui yo quien inicio una plática (ni quería la verdad, pero eso si me alegraba que no estuviera muerta o que por lo menos viviera aun) sino ella: “Muchacho, ¿Tiene una cora?”
Su aspecto era radicalmente otro. Su estatura se podría decir que la mantiene, ha perdido unos cuantos dientes que han sido reemplazados –no todos- por unas coronas, su cabello ahora tiene ya no es de una mujer, lo usa corto y si se ve de espalda cualquiera pensaría que es un muchacho, estaba delgada quizá sufre algún tipo de desnutrición y muy pocas veces la he visto en sus cinco sentidos.
De un tiempo para acá se acompaño, ¿Quién diría verdad? Un bolito que igual que ella, a saber de donde apareció. Son tantos los factores que se pueden decir de esta “unión”, sobre el porqué están juntos (en la calle), quizá porque es más llevadera esa situación con alguien que “la cuide”, pero el desgraciado (como una señora lo llamo una vez) la manda a pedir dinero mientras él sentado debajo de un palito disfruta del alcohol acumulado en su sangre. Una de esas veces que me los he encontrado, estaban en pleno beso… quizá al ver eso uno no se puede extrañar cuando son parejas (aun mayores) que a plena luz del día han decidido aumentar sus feromonas. Pero al ver a dos bolitos, no es cómico, pero se puede decir que es especial. No creo que sea amor, pero vaya usted a saber, si pudiera leer el corazón les diría si esa es la causa de que ellos dos anden juntos en las calles…
Ya hace varias semanas que no los he visto. La última vez que vi a Ana una pequeña pancita se le comenzaba a ver entre los pedazos de ropa que porta, eso sí con la mirada perdida como si no estuviera consciente de lo que sucede a su derredor.
Octubre de 2008
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