“Seguro” es el nombre vernáculo que se le da al Instituto Salvadoreño del Seguro Social. Esta entidad del gobierno es la que brinda la salud “pública” en El Salvador, “publica” puesto que solo las personas cotizantes pueden tener acceso a dicho servicio.
Desde mediados de este 2008 soy un asiduo feligrés que asiste puntualmente los días y a las horas correctas para poder obtener ese servicio, de las citas que me corresponden.
Todo comenzó un jueves… Un problema en las vías respiratorias fue el causante, por el cual no he podido ser un inhalador de aire común y corriente, puesto que he tenido que usar ciertos inhaladores para despejar mis fosas nasales y poder respirar con las dos al mismo tiempo. Accedí ir al seguro tras la insistencia de mi madre y mi problema respiratorio. Venciendo mi indisposición a asistir al tan temido (por algunos) seguro, temido por mí parte por la infinita espera de la cual me había enterado solo por cuentos.
La cita se hizo vía telefónica, la primera sorpresa llego cuando me informaron que había sido citado un par de días después de la llamada, para mí fue sorpresa por lo pronto que iría, pues son muchas las personas que se quejan hasta del último detalle que se presenta al momento de las citas (cosas de que algunos NO todos tienen razón) que nunca son tan rápido como ellas desearían.
Según supe después el doctor al que habían escogido para que fuera mi doctor general, es el que había visto a mi abuela y a mi madre, del cual las dos tienen muy buena referencia. Un jueves por la mañana fue cuando por primera vez me di cuenta de TODO lo que implica tener una cita, la cual no comienza con la llegada al seguro, sino desde las respectivas casas de los pacientes, los cuales debemos llevar hasta el último papel de referencia, porque si no existe un gran problema en la burocracia. La hora indicada era las siete de la mañana, todas las personas que se enteraron de mi cita decían que tenía que estar por lo menos unos quince minutos antes para ser de los primeritos. Ese día lo logré (el único por cierto) fui casi a abrir la clínica (por cierto que lindo amanecer el de ese día… ese será otro tema) y supe que la clínica a la que asistía era visitada por personas en su mayoría de la tercera edad, de las cuales siguen perseverando y me he encontrado a una que otra después de esa primera cita. Todo transcurrió con normalidad. Hay que tomar número, porque todo es por orden de llegada, fue rapidísimo la recepción de los documentos, después hay que pasarse a pesar y si alguien ha llegado o ha tenido fiebre le colocan un termómetro. La espera de la llegada del doctor (por la hora quizá) fue lo más tardado ese día, me recetaron unos medicamentos, los clásicos exámenes.
Los exámenes como en todo lugar de enfermeras no fui bien recibido. Espero que no sea mi suerte, pues la mayoría de ellas con su singular cara de enojo o de maldad, con sus cejas fruñidas como diciendo “con este me desquitare mis problemas y lo hare sufrir, riéndose con la jeringa, bisturí o lo que tenga en la mano” fui tratado. Fueron cuestión de segundos lo que duraron los exámenes, lo que me llevo la mayor cantidad de tiempo fue la fila que había que hacer para poder llegar al lugar donde se efectuarían los exámenes. Ese día mi puntualidad no fue buena, es más, si hubiera querido ser de los primeros debería de haber estado antes de las seis, según me dijo una señora que estaba antes que mi. Ser puntual en las visitas al seguro es estar por lo menos media hora antes si es consulta y lo más temprano posible si es para un examen.
Se encuentra de todo tipo de personas, es lo que mejor describe las experiencias que uno puede tener, desde aquellos que son parlanchines hasta por los codos, los que ven defectos en todo el sistema de salud, los lectores (donde creo que encajo), los que están conformes y especialmente los enojados.
La entrega de resultados es otro procedimiento. Hay que sacar una nueva cita, la mayoría de los resultados llega al lugar donde se saca la cita. El día del resultado no fui el primeo, pero sí de los primeros. Puede darme cuenta que mientras la mayoría de los tardistas espera su entrada a la consulta recibe una charla. Una señora, “la hippie” (como la llamo un amigo que me acompaño un día) habla sobre un tema especifico, ese día fue el suero oral (increíblemente entretenido, que cualquiera que esté enfermo se enferma más). De la consulta vinieron más medicinas y la referencia al especialista.
La cita para el especialista no puede ser por teléfono, por lo que hay que presentarse al hospital correspondiente para poder obtener su cita. Lo complicado es que en los hospitales no en cualquier lugar lo atienden a uno, y poder encontrar las entradas a los hospitales es toda una odisea, el cual fue mi caso. Ese día me impresione aun mas, pues si el día de los exámenes andaba toda la colonia donde vivo y las cercanas, en el hospital andaba medio San Salvador. Ante tal fila lo primero que se me ocurrió fue preguntarle a una viejita si ese era el lugar indicado para lo que andaba buscando, y como SI TODO EL MUNDO SUPIERA (esto por su cara), no era ahí sino en el segundo piso. Las personas de la tercera edad se las saben de todas, todas en esto del seguro. Llegue por fin a la ventanilla, el lugar indicado y mi gran sorpresa fue que a esa hora ya no daban citas, todo ello después de más de una hora de andar tonteando por casi toda la manzana del hospital, me entere del horario y un día después me dieron la dichosa cita del especialista para tres meses a partir de esa fecha.
Espere tres meses con un tratamiento que se acabo quince días después de la segunda cita. Aquí fue menos la cantidad de personas, como supuestamente es ya un lugar de especialidades no fue mucho lo complicado, lo bueno que cuando uno se pierde en un lugar nunca más le sucede lo mismo. El final de esa cita fueron más exámenes y la igual cantidad de pastillas que tuve los casi tres meses, en cantidad cero, todo ello por los dichos exámenes.
Poco creo que me hace falta para sentirme como una rata de laboratorio -porque al lugar de la cita siempre hay exámenes por hacer-, aunque dichos exámenes han llegado todos a su final y en este momento estoy bajo observación médica, no me gusta mi tratamiento, pero que puedo decir si me quiero curar debo hacerle caso a los doctores, sino pues no respirare bien nunca más.
De todo esto ¿Qué es lo importante? ¿Cuál es mi fin? Pues antes que nada compartir mis peripecias de mis idas al seguro, siendo esto lo mas sin importancia de todo. Son muchos los comentarios que se escuchan a favor y en contra, desde mi silla lo único que les puedo decir que a mí y a mi madre si nos ha tratado bien; y que muy probablemente si no lo tuviéramos estaríamos más jodidos de lo que ya estamos.
Y, por último, hacer un comentario sobre nuestros viejecitos, que son los fieles más asiduos que ninguna otra persona. Uno puede ser ducho en muchas cosas, tecnología, información, economía, política, etc. Ahora ellos ya no son los agiles en el mundo, pero aun así son los mejores conocedores de lo que se debe o no hacer en el seguro, que y que no hay que llevar, tienen la solución y saben quienes son las personas indicadas para exponerles algún caso que no sea lo normal, nuestros viejecitos no lo para esto sirven (se oye pesado, pero es el adjetivo que mejor queda en este siglo) y por eso debemos escucharlos que la vejes es más sabia que el diablo, o como dicen por ahí “sabe más el diablo por viejo que por diablo”.
Termino con esto: si tienes una cita, llévate un buen libro, mucha paciencia y si no sabes que hacer o donde quedan los lugares indicados y ves a algún viejecito, pregúntale y veras que no están en desuso.
San Salvador
Septiembre 2008
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