sábado, 20 de diciembre de 2008

Siempre hay un final.-

A los umbrales de un nuevo año y los agonizantes días finales del que se deja, da paso siempre a las retrospectivas, a los nuevos propósitos, a las evaluaciones; se evalúa, se pasa factura de las cosas buenas y malas, no para escribirle a Santa y saber si hemos sido buenos, más bien son cosas que ayudan a quien los hace con la intención de mejorar como persona. Muchas de estas evaluaciones son por un deseo, otras por la sencilla razón de “cambiar” y otras llegan por noticias, sucesos que sorprenden o sorprendieron durante el año. Una noticia que me tomo por sorpresa es que un amigo (más que un amigo) se marcha del país. No es que se vaya de viaje y regrese pronto, sino más bien de un viaje que posiblemente no tenga un pronto retorno, si es que existe alguno y sobre la amistad es que he estado haciendo una retrospectiva.

La real academia de la lengua española define amistad como: el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Depende del trato y la intimidad que exista con la otra persona, sea en mayor o menor medida da los lazos fuertes que hacen difícil una separación carnal, así como le expresa el zorro al principito: “para mí no eres más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…”

Cuando la noticia llego a mis oídos no fue por parte de mi amigo, sino más bien externa a él; por lo que sirvió de preparación para el momento del anuncio, el cual llego días después por parte de su boca, para el cual me había preparado por el malestar que sentí y que siento por los quilómetros que separaran la amistad.

He recordado cuando las pláticas duraban horas, que sin importar el tema podíamos charlar y charlar, escuchando y hablando. Otras que simplemente su hombro sirvió como paño de lagrimas para expresar a través de ellas mejor que con palabras todo lo que en mi había. O sino la vez que comiendo pizza con las estrellas y las luces de la ciudad compartimos de momentos entrañables. Los viajes que salían en segundos… Como uno se puede domesticar a alguien, ¿verdad?

Es difícil expresar con palabras lo que significa una amistad tan grande, y más aun cuando se lleva consigo algo que es mío y que no lo robó, un pedazo de corazón.

San Salvador, diciembre de 2008.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Seres de otros mundos.-

Desde pequeño me gusta pensar mucho, divagar, crear historias las que siempre quedaron en mi mente y nadie supo de ellas nunca, perdiéndose eso sí, en el tiempo cuando fui creciendo.
Recuerdo que de pequeño cuando se acercaba la fiesta de la cruz (3 de mayo) mis abuelos compraban cruces con el motivo de que fueran puestas por sus hijos en los patios de sus respectivas casas, para que el diablo no llegara a bailar en la noche. Ante esta historia siempre quise saber cómo bailaba el diablo en los patios de aquellos que sin saberlo no se hacían de una cruz, mi curiosidad nunca llego a que en la noche me levantara y fuera al patio a corroborar si era cierta el cuento o no; acostado en mi cama me imaginaba muchas cosas: pensaba que desde el anochecer comenzaba el diablo a juntar leña para hacer una mini fogata para bailar alrededor de ella, o simplemente llegaba a hacer ruidos extraños (de esos que se escuchan por las noches) por lo que las personas desde siempre habían creído que era el diablo, de esa noche lo que sí era seguro que con mi imaginación siempre me quedaba dormido.
Nunca he dejado de contarme historias, lo cual me ha valido para hacer algunas de los ruidos lejanos se escuchan por las noches, creando sucesos que me divierten aun hoy de grande, volviendo a ser ese el método para quedarme dormido en algunas noches de insomnio.
El patio de mi casa ha sido nuevamente objeto de historias, solo que ahora me he encontrado con seres de otros mundos, mundos que en la historia se han quedado sin ser descubiertos, mundos que solo viven con esos seres donde los humanos no tenemos cabida, porque así es la época. Lugares y seres donde la imaginación de un niño florece.
Uno de esos seres es un gato, con su pelaje gris a veces resulta difícil divisarlo cuando se desplaza muy lentamente entre la maleza que crece, no siempre lo veo entrar o salir, nunca le he escuchado su maullido, es silencioso como la sombra que te acompaña todos los días, muchas veces sorprende encontrarlo de lo más tranquilo disfrutando de una siesta vespertina.
Acostumbro salir a la terracita donde leo o simplemente veo lo verde de los arboles, disfrutar de la brisa de la tarde… etc. Fue un día del año pasado por estas fechas cuando simplemente estaba observando y me encontré con un color gris, diferente entre todo lo verde, estaba ahí sentado observándome, había llegado mucho antes que yo, eso lo deduje por su mirada, la que me seguía hacia donde yo me desplazara, si algo me sorprendía con un ruido también él dirigía su mirada hacia el mismo lugar y después volvía hacia mí. Desde hace unas semanas ha llegado nuevamente, igual que el año pasado ¿Casualidad? No lo sé, pero me parece muy curioso.


A demás de ese visitante felino, existen varias aves que vienen a alegrar el día con cantos variados pero armoniosos. En un limonero he tenido el agrado de albergar a una pequeña familia de tórtolas. Las descubrí un día de esos calurosos, por la tarde decidí hacer una limonada para aplacar la sed y refrescarme un poco. Cuando estaba cortando los limones me encontré con el nido y en el empollando un pequeño pajarito de color café, que me veía de lado. Quizá con miedo expectante a lo que hacia ese ser que caminaba en círculos moviendo el lugar en el cual habían decidido hacer su nido. Los seguí por varios días y me di cuenta como estos pequeñines se turnaban para recolectar alimento y no dejar solo el nido por ningún motivo. Estando frente a la computadora escucho como hacen el cambio de guardia. A esta fecha no se si siguen ahí o ya dejaron el lugar deshabitado y vuelan con sus crías por los cielos de San Salvador.
Por ultimo un visitante que siempre me deja estupefacto. Un torogoz que no solo se posa en el patio, sino que es el más atrevido de todos pues entra en la pequeña terraza y se posa sobre las pitas que sirven para tender la ropa. Este es mas sorprenden de que los dos anteriores pues el color de su plumaje lo haga increíble. Un azul, el verde que lleva sobre sí me deja siempre con la boca abierta. A veces está sobre unas ramas de árboles lejanos, otras simplemente por el suelo recolectando comida. De éste me gusta pensar que aquí encuentra su lugar de descanso, que aquí viene a encontrar un poco de comida para llevarla a su nido, que viene aquí por mí porque sabe que me gusta encontrármelo de repente y no siempre. Me gusta verlo a través de las ventanas sin que se dé cuenta que lo observan, en silencio contemplarlo y ver que cualquier perturbación en el ambiente le incomoda, haciendo que se le aleje.
En estos seres pienso, les creo aventuras y descubro maravillas que quizá no son para estos tiempos, pero con su presencia logran divertirme. Espero seguir sorprendiéndome con los seres escondidos de otros mundos.

San Salvador, diciembre de 2008.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Ocurrió al medio día.

En una revista dominical de un rotativo nacional aparece un cuestionario al que solo unas cuantas personas hasta el momento han podido contestar; una de las preguntas que hacen es: ¿Qué te recuerda el olor de los hospitales? Dicha pregunta me asalto en mi cabeza hace unas semanas atrás cuando tuve la oportunidad (no tan grata) de asistir a uno, pero dado que me encontraba con una congestión nasal (algo usual en mí) no pude percibir ese olor característico que emanan de sus paredes y pisos. Pensando en una respuesta a esa pregunta iba cuando sucedió lo siguiente:

Era como la una de la tarde cuando el bus se vio en medio de una pequeña trabazón (congestionamiento) por el estadio mágico Gonzales, creo que al igual que la mayoría de los pasajeros pensé que era algo rutinario de esas horas, pero para mi sorpresa cuando el bus caminaba (para una trabazón no tan lento) se iba aclarando el panorama; lo primero que se diviso fue una patrulla a mitad de la calle por lo que supuse que era un accidente, hasta el momento todo iba bien, pero cuando se acerco un poco más el bus pude ver que unas personas que se encontraban en una gasolinera estaban siendo los espectadores con mejor posición, como si estuvieran en un palco del estadio.

Como buenos salvadoreños todos los que íbamos en el bus quisimos saber la causa del alboroto que se veía alrededor nuestro. De pronto un señor que iba un asiento delante de mí, grito: “un muerto”. De repente los que solo se habían interesado a medias, pusieron su total atención, hasta se pararon para ver si era cierto lo que el viejo anunciaba a grito partido. Para mi mala suerte la persona en cuestión se encontraba del lado donde yo estaba ubicado, lo cual me produjo cierto malestar, no me gusta ver, pues me pongo mal. No negare que medio vi, y que sí me pudo haber interesado el asunto, pero cuando el bus pasaba frente al atropellado (demasiado lento, por cierto) mi cabeza dio un giro contrario a la mayoría de las personas que se cambiaron hasta de lugar para ver lo ocurrido.

Después de haber dejado atrás dicho percance el bus salió como loco, me imagino que por el tiempo perdido, tiempo que también sirvió para que el morbo de las personas saliera a flor de piel. Casi llegando a la terminal, venia la ambulancia, con la sirena al máximo. Los automovilistas que se encontraban sentido contrario al mío, hacían sonar sus bocinas porque era la hora del almuerzo quizá haciéndoseles tarde para ingresar de nuevo al trabajo o retrasándoles para llegar a un destino cualquiera; era impresionante (frustrante hasta cierto punto) que nadie se molestara en dejar pasar al carro que chillaba y que llevaba ayuda…

***

El blanco y el negro son dos contrarios… y las historias poseen muchas veces estos contrarios, cosa que sucede dependiendo del lado de la historia donde cada persona quiera situar. En esta historia los contrarios son bien marcados, las personas en sus carros despreocupados por la ambulancia, las personas en el bus que el accidente solo avivo un morbo y el pobre que tirado en el asfalto con la ayuda de unos cuantos que en ese mismo momento luchaba por su vida. De lo que si estoy seguro es que hay un lado de esos contrarios donde no me gustaría estar, como tampoco lo deseo para nadie.

Buscar un culpable no me corresponde, a demás no vi como sucedió el accidente para eso la policía, tampoco con ello quiero decir que no hubo un error (quizá fatal), lo que si pensé que ese hombre tirado en la calle pude ser yo o cualquier persona que conozco, siendo eso el impacto mas grande, todo ello por el impacto que casusa visitar un hospital donde siempre se lleva uno la impresión no grata de ver a personas convalecientes.

Al día siguiente tuve que volver a pasar por el mismo lugar, pues el bus no tiene otra ruta ni yo tenía como cambiar el rumbo para llegar nuevamente al hospital; y como si nada los carros hacían el recorrido como siempre, pero en el lugar del accidente, todavía se podía ver la mancha de sangre que había quedado del día anterior.

San Salvador, noviembre de 2008.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Niños por zanates.-

Los vientos de octubre, los cielos despejados y una reducción del calor, eran señales de que el colegio llegaba a su fin, un año más superado; gracias a Dios ningún año me toco ir a un curso extraordinario de fin de año.

Una cosa que siempre fue exigente en mi casa por parte de mi madre, para que yo pudiera disfrutar de la libertad que me daba el no tener que ir al colegio eran los oficios de la casa, pues debía ayudar a hacerlos para poder ser libre. El lugar donde viví de pequeño es un largo pasaje, donde vivíamos más de diez niños (más niñas que niños), donde corríamos y jugábamos partidos de futbol, ladrón librado, kit bol (creo que se llama o por lo menos lo llamábamos así), escondelero, mica. Todos teníamos la misma media de edad, por lo que nos llevábamos súper bien y los juegos casi siempre eran compartidos. Para los juegos no teníamos un horario, ni mucho menos un calendario, era la creatividad de todos la que se hacía palpable cuando el aburrimiento superaba la alegría de nuestra edad.

En el pasaje granada como se llama hasta la fecha, había brujas, perros gigantes y una casa embrujada. De los tres el que más problema nos daba era el perro; ya que como fiel guardián hacia muy bien su oficio. La casa donde Blacky era la de en medio del pasaje, la reja que lo separaba de la libertad casi nunca la dejaban con llave y su capacidad de esconderse de la vista humana era espectacular, si un niño pasaba corriendo era más que seguro que le seguiría, no recuerdo que alguien fuera alcanzado por el perro, eso sí yo fui uno de los que por pocos segundos se le escapo de sus fauces, si no hubiera sido así creo que tendría una muy buena cicatriz en una nalga.

Las brujas eran tres hermanas (viejas ya) que vivían mas abajo que el perro, donde todos jugábamos y que era el lugar perfecto para cualquier tipo de juego que demandaba esfuerzo físico, hasta que se les ocurrió mandar a hacer un arriate en el cual no sembraron ninguna planta, sino mas bien con cemento pegaron la mayor cantidad de piedras (las mas afiladas), para que las pelotas se pincharan o alguno de nosotros tuviera raspones de la mejor calidad que pudieran existir. Lo de brujas creo que era por la forma que ellas vestían, parecida a la bruja del 78 que salía en el programa “el chavo del ocho” y porque ellas también odiaban a los niños que jugaban en el vecindario, a demás por las putiadas que nos daban, solo por jugar (las cuales no merecíamos) como las que llegaban a nuestros oídos cuando sin quererlo habíamos roto una ventana o la pelota había caído dentro de su verja. Claro estas que si nos habíamos ganado las escuchábamos escondidos en cualquier lugar que se prestara para eso, siempre y cuando alcanzáramos a llegar y el Blacky nos lo permitiera.

La casa embrujada esta frente a la de las viejitas, una casa que quedo desolada después del terremoto de 1986, la cual era embestida por piedras por parte de los estudiantes que pasaban en el pasaje después de sus clases matinales, dejando casi todas las ventanas sin cristales. Poco a poco fue deteriorándose y por las noches cada vez más se veía como el lugar perfecto para que los fantasmas hicieran su baile. Recuerdo que varios de los que éramos niños en ese entonces entraron al patio y no sé cómo entraron a la casa, saliendo despavoridos por una imagen de un santo que a contra luz parecía el mismo diablo. Fue enigmática esa casa y varios fuimos asustado por ella y por las historias que los mayores nos cantaron que ellos habían escuchado o que simplemente eran creación suya, para que nosotros nos divirtiéramos.

Poco a poco todos nosotros fuimos creciendo y nos fuimos separando, algunos ya viven en otros países, otros ya casados y con hijos viven en la colonia pero en otro lugar, y varios no se a donde los llevo la vida. Un día caminaba en ese pasaje (del cual no me he separado del todo) y me sorprendió ver una manada de zanates que recogían comida del suelo y al verme caminar en su dirección emprendieron el vuelo con cantos, que me parecieron chillidos. Cuando regresaba por el mismo pasaje los chillidos habían cambiado por cantos y los zanates se encontraban en los arboles del pasaje, como si los más de diez niños habían sido cambiados por zanates.

San Salvador, noviembre de 2008.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El principe y el hombre viejo.-


En los cuentos es importante que sea un príncipe y a este no le quitaremos tan gran honor. Su nombre Ignaro. El reino que poseía era tan grande como la extensión de tierra que los ojos alcanzaran a ver y mucho más. Nacido en palacio, dotado de humildad; había crecido con lo necesario sin más ni menos, pues su padre el Rey Policarpio y la Reina Ahumada, decidieron mandarlo desde temprana edad de cinco años al principado que le correspondía. Criado por la nodriza Toña, quien era la que daba al rey toda noticia de la evolución de este pequeño.
Fue creciendo con gran personalidad, era guapo y llamativo para las mujeres del principado. Nunca pensó en buscar alguna pues su madre ya se había encargado de comprometerlo en matrimonio con la hija de Duque de Comaya. Su hija había nacido en la riqueza suculenta que podía proporcionarle su padre. Lola su nombre, por una promesa que había realizado la Duquesa de Comaya desde su juventud. Habíase reunido con ella una tan sola vez, en su corta edad de sus diez y ocho años. Todo el pueblo decía que eran el uno para el otro, aunque cuando llego Lola al principado, nadie la vio, ya que el primer encuentro se realizo a puertas cerradas y solo estuvieron los chaperones de cada uno; el carruaje había pasado veloz mente y a cortina cerrada en todo el pueblo.
Cuando el joven Ignaro había comenzado a crecer su curiosidad lo había llevado a escaparse muchas veces del humilde palacio, llevándolo por montes maravillosos, que lindaban con el pueblo. Encontró lechos de flores perfectamente cultivados, pues su padre era un visitador frecuente de todos los lugares de su reino y agradando a su reina había mandado a plantar toda la belleza de las flores en sus recorridos para deleitar los ojos de su amada en los días de descanso. También encontró un lago que permitía ver reflejado el cielo en la tierra; siendo esto lo que más le había cautivado, llegando ahí la mayor cantidad de tiempo posible, sin importar que supieran que no se encontraba en su palacio y que le buscaran por todo el pueblo sin encontrarlo ninguna vez.
El lugar donde contemplaba el lago era la parte más alta de una pequeña montaña que se encontraba alrededor del lago. De las muchas veces que llego ahí, fue acomodando el lugar para que su estancia fuera lo más confortable posible; por lo que había hecho con madera un pequeño banco para sentarse a la sombra de un árbol, pasando las horas en silencio o en compañía de un buen libro que llevaba consigo para los momentos que la distracción no la encontraba con la vista.
Una tarde, cuando estaba a punto de llegar a su banquito, desde lejos vio una figura de un hombre que estaba sentado, como él lo había hecho muchas veces. Su primer sentimiento fue de egoísmo hacia ese hombre que se había sentado en su propiedad. Al acercarse, el hombre fue tomando forma y no solo era un bulto a lo lejos. Era un viejo; parecía monje salido de algún monasterio, cosa que no había cerca del pueblo, su cara reflejaba una tranquilidad y un cansancio por los años, estaba sereno. Lo que le impresiono a Ignaro, fue que este no tenía los ojos abiertos, por lo que no contemplaba lo impresionante del paisaje.


- Disculpe, este lugar es mío, le agradecería que se moviera.
- Lo sé. Todas las tarde te he observado como llegas y disfrutas en silencio del paisaje. Le contesto.
Al escuchar las palabras del hombre viejo que tenia frente a sus ojos, no lograba comprender que había sido observado, pues el hombre viejo, le había comenzado a relatar desde el primer día que encontró ese lugar. Como había salido del pueblo, como se encontró con las flores y lo impresionado que se vio al ver el lago; de cómo la tercera vez que llego, no llego acompañado sino más bien, como le había costado subir el tronco para hacer su banco y lo difícil que fue su construcción. Así, sucesivamente le relato todo lo que este hombre viejo le había visto hacer.
Desde ese día comenzó una gran amistad entre los dos. Se veían cada tarde en el mismo lugar, el joven príncipe, había cambiado el banco por la hierba y el hombre viejo se sentaba siempre en el banco. Le escucho hablar más un millón de veces. Le hacía preguntas sobre la vida, del porque se vestía como se encontraba, del porque de la vida, del porque era príncipe, etc. Y de cómo era posible que le siguiera todos los días sin que él se diera cuenta.
Le instruyo mucho, hasta que un día no le encontró más.

San Salvador, octubre de 2008.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Por el retrovisor.-


Willy´s creo que lo he escrito correctamente. Ese es el nombre de un restaurante que este año descubrí que existe. Restaurante-bar… que hace su propia producción de música, un mix con lo “mejor” que se ha escuchado, en un microbús de la ruta 44 llevaban al tope de volumen y que en el cambio de canción promocionaban a dicho restaurante. Quien no sabe de dicho lugar no logra comprender el comercial que ese microbús le iba haciendo.

Algo característico de las rutas (los buses) de San Salvador es el sonido estridente que dejan por donde pasan, y para las personas que se transportan en ellas no solo oyen el ruido sino que sienten la vibración, por lo fuerte del bajo que no deja, en algunas ocasiones, escuchar la melodía de las canciones, si es que la hay. Volviendo al microbús, en la parada de Universidad Nacional hacen un pequeño letargo, que dura hasta que la parada queda vacía o hasta que otro microbús le suena el motor indicándole que no solo el primero es dueño de los pasajeros, en muchos casos se “echan” los carros para que entiendan. En ese microbús me transportaba yo, un microbús que no me dejaba escuchar ni mis propios pensamientos y que esperábamos a que se llenara o que apareciera otro.

En ese esperar estábamos, cuando se subió un ser humano del sexo femenino, que por la hora se disponía a (quizá) a una reunión o venia de su trabajo. Como la mayoría de ellas iba muy bien arreglada y con escote que no ocultaba mucho su descomunal busto, lo cual si ella deseaba mostrarlo, quienes somos nosotros (los hombres) para negarle tan gran placer.

Todavía quedaban varios asientos libres y uno de ellos era el que se encuentra detrás del motorista, en el cual ella decidió disfrutar del viaje. El motorista avisado por el cobrador, sabia de la existencia del escote que estaba a unos segundos de subir, pues con señas que no fueron nada notoria para quien subía, pero si para la mayoría de personas que nos encontrábamos ya en el microbús, siguiendo la indicación del cobrador siguió por el retrovisor el lugar a ocupar por la descomunal figura.

Desde ese momento hasta que llegue a mi destino me llamo mucho la descarada actitud con que el motorista veía a la mujer y la gran irracionalidad con que los dos (el motorista y el cobrador) hacían maromas para llamar la atención y que los ojos de ella se conectaran con alguno de los dos. También creo es de rescatar la actitud que la mujer tomo, desde un desprecio absoluto al principio hasta un par de medias risas que dirigía sin rumbo fijo, pero que si fueron entendidas por el motorista que hasta el momento de mi bajada, casi había conseguido un pequeño levantón.

Ya caminando yo por la acera de una calle y divisando el lugar final de mi viaje, una canción comenzó a abrirse paso por mi cerebro, que me recordó la mirada del motorista y del cobrador al espectacular escote que ese día había salido a dar un paseo. Por cierto aquí se las dejo.



San Salvador, noviembre de 2008.