En los cuentos es importante que sea un príncipe y a este no le quitaremos tan gran honor. Su nombre Ignaro. El reino que poseía era tan grande como la extensión de tierra que los ojos alcanzaran a ver y mucho más. Nacido en palacio, dotado de humildad; había crecido con lo necesario sin más ni menos, pues su padre el Rey Policarpio y la Reina Ahumada, decidieron mandarlo desde temprana edad de cinco años al principado que le correspondía. Criado por la nodriza Toña, quien era la que daba al rey toda noticia de la evolución de este pequeño.
Fue creciendo con gran personalidad, era guapo y llamativo para las mujeres del principado. Nunca pensó en buscar alguna pues su madre ya se había encargado de comprometerlo en matrimonio con la hija de Duque de Comaya. Su hija había nacido en la riqueza suculenta que podía proporcionarle su padre. Lola su nombre, por una promesa que había realizado la Duquesa de Comaya desde su juventud. Habíase reunido con ella una tan sola vez, en su corta edad de sus diez y ocho años. Todo el pueblo decía que eran el uno para el otro, aunque cuando llego Lola al principado, nadie la vio, ya que el primer encuentro se realizo a puertas cerradas y solo estuvieron los chaperones de cada uno; el carruaje había pasado veloz mente y a cortina cerrada en todo el pueblo.
Cuando el joven Ignaro había comenzado a crecer su curiosidad lo había llevado a escaparse muchas veces del humilde palacio, llevándolo por montes maravillosos, que lindaban con el pueblo. Encontró lechos de flores perfectamente cultivados, pues su padre era un visitador frecuente de todos los lugares de su reino y agradando a su reina había mandado a plantar toda la belleza de las flores en sus recorridos para deleitar los ojos de su amada en los días de descanso. También encontró un lago que permitía ver reflejado el cielo en la tierra; siendo esto lo que más le había cautivado, llegando ahí la mayor cantidad de tiempo posible, sin importar que supieran que no se encontraba en su palacio y que le buscaran por todo el pueblo sin encontrarlo ninguna vez.
El lugar donde contemplaba el lago era la parte más alta de una pequeña montaña que se encontraba alrededor del lago. De las muchas veces que llego ahí, fue acomodando el lugar para que su estancia fuera lo más confortable posible; por lo que había hecho con madera un pequeño banco para sentarse a la sombra de un árbol, pasando las horas en silencio o en compañía de un buen libro que llevaba consigo para los momentos que la distracción no la encontraba con la vista.
Una tarde, cuando estaba a punto de llegar a su banquito, desde lejos vio una figura de un hombre que estaba sentado, como él lo había hecho muchas veces. Su primer sentimiento fue de egoísmo hacia ese hombre que se había sentado en su propiedad. Al acercarse, el hombre fue tomando forma y no solo era un bulto a lo lejos. Era un viejo; parecía monje salido de algún monasterio, cosa que no había cerca del pueblo, su cara reflejaba una tranquilidad y un cansancio por los años, estaba sereno. Lo que le impresiono a Ignaro, fue que este no tenía los ojos abiertos, por lo que no contemplaba lo impresionante del paisaje.
- Disculpe, este lugar es mío, le agradecería que se moviera.
- Lo sé. Todas las tarde te he observado como llegas y disfrutas en silencio del paisaje. Le contesto.
Al escuchar las palabras del hombre viejo que tenia frente a sus ojos, no lograba comprender que había sido observado, pues el hombre viejo, le había comenzado a relatar desde el primer día que encontró ese lugar. Como había salido del pueblo, como se encontró con las flores y lo impresionado que se vio al ver el lago; de cómo la tercera vez que llego, no llego acompañado sino más bien, como le había costado subir el tronco para hacer su banco y lo difícil que fue su construcción. Así, sucesivamente le relato todo lo que este hombre viejo le había visto hacer.
Desde ese día comenzó una gran amistad entre los dos. Se veían cada tarde en el mismo lugar, el joven príncipe, había cambiado el banco por la hierba y el hombre viejo se sentaba siempre en el banco. Le escucho hablar más un millón de veces. Le hacía preguntas sobre la vida, del porque se vestía como se encontraba, del porque de la vida, del porque era príncipe, etc. Y de cómo era posible que le siguiera todos los días sin que él se diera cuenta.
Le instruyo mucho, hasta que un día no le encontró más.
San Salvador, octubre de 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario