viernes, 6 de febrero de 2009

Fin del 2008 (II).

La nostalgia del país siempre vuelve cuando han pasado los días y se comienza a recordar las cosas propias de la cultura con que uno creció. Este no fue mi caso, más bien fue todo lo contrario, el ver cosas que son casi iguales a las de mi país.

Tuve la oportunidad de visitar un mirador, llamado así por la vista a la laguna de Apoyo. Alguien podría describirlo como un lugar paradisiaco, yo lo describo como un lugar de hermosura, no solo por su preciosa vista, sino también por el clima espectacular que hace. Ésta laguna se encuentra en el pueblo de Catarina, departamento de Masaya. A unos cuarenta y cinco minutos de su capital –quizá un poco más– y que es un lugar para discurrir en el tiempo y gozar de la vida, de los momentos particulares que se pueden lograr en ese lugar, así como también de la cultura gastronómica del país.

En el Salvador, existen lagunas y quizá alguien podría decir que se compara con dicho lugar, puede ser el caso –yo no lo conozco–. Desde la altura que se encuentra se puede divisar a lo lejos la ciudad de Granada; la cual se reconoce por la cúpula de su catedral, rodeada de un blanco que indica que la ciudad se encuentra alrededor, construido como todo un pueblo colonial. También se ve la majestuosa figura de un gigante dormido, el Mombacho, que después de su gran erupción en el año de 1570 se encuentra en su letargo, creando también las isletas que se encuentran en el lago de Nicaragua. Este lago se aprecia también y es como un mar que duerme a lo lejos, el mar de agua dulce pues su grandeza no permite llamarlo simplemente lago.

La ciudad de Catarina es conocida en Nicaragua por la belleza de sus flores, las cuales se pueden apreciar a lo largo del recorrido que lleva de la iglesia hacia el mirador; todas ellas distribuidas por los comerciantes que hacen lujo de los colores, para poder atraer a los turista, que se encuentran de todos tipos, tamaños y colores; extranjeros como nacionales (nicaragüenses) que visitan el mirador, ya sea por excursiones, equipos turísticos, familias en sus propios carros y algunos en buses interurbanos como yo lo hice.

Todo lo anterior se organizo en y después de un rico almuerzo de celebración en un lugar sobre la carretera a Masaya. Al salir a la carretera, tomamos un bus que nos conduciría al pueblo de Catarina. Dicho bus, muy parecido a cualquiera de San Salvador, nos llevo. Con la música a todo volumen y con la velocidad de carretera comenzamos el viaje. Como este y muchos otros en los que tuve la oportunidad de transportarme suenan su bocina como si fuera parte indispensable de manejar. Me llamaba la atención a mí, porque siempre que iba en la calle y sonaba una bocina volvía a ver, y es este el sentido que los motoristas le dan a su sonoro transporte, pues con ella logran llamar la atención de las personas que se encuentran en las aceras, y si es el caso que se conviertan en usuarios.

Dicha velocidad mezclada con la música y con el pitido, me hicieron sentirme por un momento en mi ciudad, en unas vacaciones que todavía no ameritaban la nostalgia de una ciudad a la que regresaría inevitablemente.


San Salvador, enero de 2009.

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