Llegando al puestecito no había nadie que atendiera. El puestecito es una mesa desplegable que posee como un techito formado por dos tubos de hierro y cubiertos de plástico negro, lo cual protege del intenso sol que hace en nuestro dorado país. La señora que atiende venia con un hot dog en la mano, quizá un almuerzo anticipado o desayuno desfasado. Al pedirle que me mostrara los rosarios de madera ─gusto de mi abuela―; ya había comenzado con el ofrecimiento de candelas, veladoras y unos llamativos rosarios. Llamativas por los colores estridentes que no considero aptos para un rosario pero por la cantidad pienso que se han de vender mucho. Al escuchar mi pedido me mostró los de madera, todas ellas a un módico precio de un dólar con cincuenta centavos. Viendo ella mi interés por los benditos rosarios me pregunto: ¿Para rezar lo quiere? En mi mente pensé: “Obvio, ¿Para qué más se ocupa un rosario?” ―Claro le respondí, es para regalárselo a mi abuelita.
Hace unos años atrás en un noticiero amarillista ―por cierto─ vi un reportaje en el cual un diseñador estaba “experimentando” con imágenes católicas (Jesús, la Virgen María y Santos) en forma de estampado en sus camisas; días o semanas después pude ver en ese mismo programa que la moda era andar los rosarios colgados en el cuello, cambiando la devoción ─con la cual muchas personas se han identificado por años─ por el último grito de la moda. Esa “moda” llego desde hace varios meses ―años quizá― a nuestro pequeño terruño desde pulseras con imágenes, mejor dicho estampas, hasta llegar a las diferentes modalidades de rosarios con los cuales se pueden adornar las muñecas y el cuello. Con esto se pueden dar dos situaciones contrarias, la primera es un “en hora buena” que Dios (por medio de esas imágenes) haya entrado nuevamente ─aunque nunca se haya ido―en la sociedad que hace de TODO por sacarlo y dejarlo en la profundidad del olvido, logrando incrementar la devoción de algunas personas, y por otro lado, aquellos que simplemente son unos maniquís vivientes que se sienten atraídos por la moda nacional o extranjera tomando dichos estándares para formar parte del montón, sin importar el por qué de las cosas.
¿Será que nos hemos acostumbrado a “hacernos del ojo pacho”? ¿Nos es indiferente? “No tiene nada de malo”, “se ve bonito”, “a demás soy católico y con ello me identifico como tal”. Me pregunto y pienso ¿Qué pueden ser esos comentarios que intentan dar o acomodar lo que creemos que esta bien? ¿Será por ello que cuando se asiste a la SANTA MISA se acepta cualquier cosa que el sacerdote haga solo porque se ve bonito? Estoy seguro que para NADIE es lícito cambiar ni jugar con la sagrada liturgia, aunque ahora se hacen cosas de cosas, pero ya llegará su tiempo de hablar de ello.
Desde que me entregó el rosario la señora camine por más de una cuadra pensando en todo lo anterior y todas las deformaciones que se han degenerado por nuestra falta de conocimiento y poca importancia de lo que sí es esencialmente importante en nuestra fe.
“Antes era diferente” se puede volver una frase trillada por nuestros adultos mayores, pero creo que en algo han de tener razón, pero con ello hay que ver hacia adelante, las cosas se pueden hacer mejor, siempre y cuando no dejemos de actuar en masa, dándole a todo el lugar que le corresponde, llamándole por su nombre, actuando como se debe, cumpliendo a Dios y no a modas baratas que pasaran. Cada quien es libre ─una libertad muy suya― de hacer con su vida lo que desee pero no hacer de lo sagrado algo mundano.
Muchas ancianitas de rodillas en las iglesias oran con la fe de que Dios las escuchará y ayudara con todos su problemas, en los cuales muchas veces no se incluyen a ellas mismas. O como mi abuelita que todas las tardes puntualmente a las tres, reza por toda mi familia aunque algunos no lo quieran, sentada o de rodillas en la soledad de su habitación. Y tú, ¿Por qué tienes un rosario? Úsalo, por qué hay muchas razones para hacerlo.