Ya nadie observa la vida desde ese lugar...
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Llamaron a la puerta.
El silencio sin duda alguna fue más aterrador que una voz desconocida respondiera desde el interior.
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Cuando la conocí supe que su vida era observar.
Al ser nuevo en una colonia, barrio, ciudad, etc. Uno se encuentra con lo que los que han vivido siempre ahí les resulta hasta familiar. Cuando llegue a esa parte de la colonia, a pesar de haber vivido por mucho tiempo en ella, nunca la había visto; es más, recuerdo a otras personas, que ahora en su vejez aún no se borran de mi mente.
Su vida era un observar, mientras los niños jugaban, mientras alguien regresaba de hacer las compras, mientras otros hacían de su vida el moverse por la ciudad, ella sentada en su trono, una silla plástica blanca, en su porche a la sombre de los arbustos que dificultaban la visión hacia dentro, pero, al parecer no interferían con lo que ella deseaba ver.
Algunas veces se veía absorta en sus pensamientos, otras parecía muy atenta a las personas, y en otras su ausencia dejaba ver lo desgastado de la silla.
Su vestimenta siempre una bata cualquiera, a veces hasta sucia, quizá por el mucho uso o por la falta de alguien quien le diera los debidos cuidados. Su cabello un negro rizado, con algunas líneas blancas que denotan su edad avanzada. Su piel de un moreno rojizo, brazos rollizos como su cuerpo, flojo por la edad pero firme en su silla. Sus pechos caídos sobre un abundante estomago. Sus ojos de un negro profundo que hacen que su mirada tenga una profundidad hasta incomoda, y a la vez ese mismo color la hace curiosa.
Dicen que sus hijos viven cerca, en más de alguna vez he visto a señores caminando por el pequeño jardín, limpiando o simplemente hablando con alguien que se encuentra dentro de la casa. Dicen que la llegan a ver, no muy seguido por cierto, pero es el precio de ser mayor y estar sola.
Su voz nunca la he escuchado, solo una risa gutural que dejo ver una dentadura amarillenta casi inexistente, la que me asusto una madrugada que casi caigo arrodillado frente a su porche, por la alegría de la celebración y las hojas marchitas mojadas por la lluvia.
Siempre ha estado ahí, en este tiempo; se podría decir que me he llegado a acostumbran a su presencia silenciosa pero observadora del mundo, como todo lo que se hace común en la ciudad.
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Desayunando con mi madre un día, de pronto, así como anunciando a alguna persona que vendrá me dijo:
- ¿Te acuerdas de doña Tita?
- ¿Quién?
- La señora que siempre pasa sentada en su porche.
- Ah! Si.
- Te cuento que la encontraron tirada en el suelo muerta. Su hijo la encontró así. Fue de muerte natural y no saben cuanto tiempo pudo pasar así.
Me había percatado de su ausencia hace varios días atrás, pero por su edad pensé que estaría en cama o simplemente se había marchado con alguno de sus hijos. Su porche ahora sigue estando ahí, sus plantas muestran su descuido, y la silla no se encuentra más. Ya nadie observa la vida desde ese lugar.
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